Su nombre quedará asociado para siempre a la
teoría de la deriva continental, que le ocasionó no pocos disgustos en
vida. En 1911 se interesó por el descubrimiento de restos fósiles de
vegetales de idénticas características morfológicas hallados en lugares
opuestos del Atlántico. La paleontología ortodoxa explicaba tales
fenómenos recurriendo a hipotéticos puentes de tierra firme que en su
día unieron las diferentes masas continentales.
Las similitudes entre los perfiles opuestos de
los continentes de América del Sur y África le sugirieron la posibilidad
de que la igualdad de la evidencia fósil se debiera a que ambos
hubieran estado unidos en algún momento del pasado geológico terrestre.
En 1915 expuso los principios de su teoría en la obra El origen de los continentes y los océanos, que amplió y reeditó en 1920, 1922 y 1929.
Según Wegener, hace unos 300 millones de años
los actuales continentes habrían estado unidos en una sola gran masa de
tierra firme que denominó Pangea, la cual, tras resquebrajarse
por razones desconocidas, habría originado otros nuevos contingentes
terrestres sujetos a un movimiento de deformación y deriva que todavía
perdura.
La teoría fue recibida de manera uniformemente
hostil, y en ocasiones, incluso violenta, en buena parte por la
inexistencia de una explicación convincente sobre el mecanismo de la
deriva continental en sí. A partir de 1950, no obstante, las ideas de
Wegener ganaron rápida aceptación gracias al desarrollo de las modernas
técnicas de exploración geológica, en particular del fondo oceánico.
Reformulada a partir de recientes descubrimientos, la teoría de la
deriva continental se encuentra hoy totalmente consolidada.
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